lunes, 30 de marzo de 2015

“¡MALDITAS CUCARACHAS!”, Franz Kafka cualquier madrugada, allá por el año 1.900, al despertarse en su dormitorio y poner los pies en el suelo.

Con su narración “La metamorfosis”, publicada en 1.915, Kafka quizás solo quería luchar en su inconsciente contra esos insectos que le perseguían durante las pesadillas nocturnas recordando cada vez que se levantaba de niño a hacer sus necesidades nocturnas y sentía, al pisar el suelo, un desagradable cosquilleo bajo las plantas de sus pies, crujidos incluidos: “¡MALDITAS CUCARACHAS!” pensaba para sus adentros por tal de no despertar a su familia.


Y es que Franz Kafka aunque tuvo muchos hermanos, no disfrutó de una infancia agradable y por culpa de las “¡MALDITAS CUCARACHAS!” quizás fuese un poco peor.

Así que cuando decidió escribir su famosa narración “La metamorfosis” ya venía influenciado en gran parte por ese repugnante recuerdo infantil por lo que le transmitió al personaje Gregorio Samsa su herencia nocturna cucarachil, quizás de un intento de liberarse de esa pesadilla. De esta forma, Gregorio Samsa arrastró a lo largo de toda la narración el “San Benito” traspasado por Kafka y así le fue al pobre.

Sin embargo, las cucarachas nos hacen pensar, Kafka quizás no lo supiera, que si existen sobre la faz de la tierra desde hace más de 300 millones de años quizás duren otros 300 millones de años más sobreviviendo a todas esas barbaridades que hacemos los humanos con la madre naturaleza creyéndonos los dueños del planeta vertiendo al mismo todos los insecticidas, venenos, gases efecto invernadero, radiaciones nucleares o cualquier otra prueba bárbara a la que sometemos al medio ambiente de forma cotidiana e inconsciente , por muy ecologistas que nos nombremos. Seguro que sobrevivirán a todo esto o incluso meteoritos que puedan aparecer desde el infinito… y más allá. ¡MALDITAS CUCARACHAS¡.


Cuando Kafka, de niño, intentaba matar todas las que podía con sus zapatos (después de haberlas pisado inconscientemente al despertarse) y ver cómo quedaban los restos de algunas, tras los rincones o en los bajos de los armarios, quedaban al acecho unos cuantos cientos más, esperando la noche siguiente… y lo que es peor, muchos de esos cientos estarían flirteando con otros cientos del sexo contrario, para procrear varios miles más… ¡MALDITAS CUCARACHAS¡


Mientras redactaba este blog escuchaba a Klaus Schulze - The Cello:


martes, 10 de marzo de 2015

¡JODER! ¡La he pifiao!, Agustín de Hipona una calurosa tarde de Agosto del año 386 d.c. en el patio de su casade Milán (que era particular) al despertarse de una aciaga siesta debajo de un olivo (como debe ser).

Agustín de Hipona (alias San Agustín), persona harto inquieta, solía meditar tras la comida en el patio de su villa, cercana a Milán, (siesta lo llamarían algunos).

Una calurosa tarde de Agosto del año 386, también llamado "el año del consulado de Honorio y Euodio" (aunque esto no tiene ningún interés para esta historia pero queda bien), rememoraba su azarosa vida durante la que llevaba buscando la verdad absoluta, a sus 32 años, después de un largo recorrido intelectual estudiando materias como la retórica o el neoplatonismo y habiéndose convertido al maniqueísmo, hacía unos años, lo que le había servido para adorar la fama pero que no le habían llenado en absoluto.

En cierto momento del sueño, escuchó en la lejanía (detrás de la tapia) la voz de su vecina diciéndole a su hijo “Niño, ¡toma y lee!” en un intento de cultivar su curiosidad, pero el niño seguía con sus juegos de canicas ignorando a su madre. Sin embargo, Agustín, en su sueño meditativo interiorizó la frase y cogió una biblia que tenía cerca de la mano y comenzó a leer…

La lectura meditada de dicho libro le llevó a pensar que su recorrido personal no era el que realmente él deseaba y pensó: ¡JODER! ¡La he pifiao! al darse cuenta de los errores acumulados durante su vida actual y anterior, con los maniqueos, que tenían la costumbre de echarle la culpa de todos sus errores a las fuerzas infernales o a los demás, que estaban más cerca, “quedándose tan a gusto”.

Así que decidió dar un giro radical a su vida dedicándose en cuerpo y alma al cristianismo.

Agustín de Hipona con su madre Santa Mónica
Unos años más adelante rememoraría aquel ¡Joder! ¡La he pifiao! con un “ERRARE HUMANUN EST”, intentando explicar que la experiencia se adquiere a partir de las equivocaciones y errar es parte intrínseca de la naturaleza humana, publicando esto en sus escritos y no la frase en su fórmula original lo que quizás hubiese sido... un error. Probablemente la primera frase no hubiese tenido la misma repercusión.

Algunos, intentando rizar el rizo completan la frase con “errare humanum est, sed perseverare diabolicum” ( "errar es humano, pero perseverar (en el error) es diabólico.") lo que los acerca más a los maniqueos que a los cristianos, al volver a echarle la culpa de todo lo que hacen a los demás o a fuerzas ocultas o diabólicas (conozco a algunos contemporáneos que son muy “maniqueos”).

Agustín supo entender el concepto del error y aplicárselo a sí mismo lo cual deja de ser un error… y no se erró en ello.

Aunque, por lo que he aprendido en mi experiencia personal, yo diría que "el hombre es el único burro que siempre tropieza más de una vez en la misma piedra" o como diría san Agustín "ERRARE HUMANUN EST".




Nota: En alguna ocasión hablaré de Euodio si encuentro algún retrato, cosa que dudo, pero aún desconozco quién pudo ser y ni siquiera si existió… es por si me sobra tiempo algún día.

Y al final un poquito de música para no equivocarse...